Hay muchos grupos de los cuales tengo el recuerdo de la primera vez que los escuché. Por ejemplo, cuando escuche Led Zeppelin, tenía ocho años y pensé que el diablo estaba adentro de la radio; pero me gustaba. No recuerdo la razón porque nunca no escuché los Beatles hasta que fui mucho mayor. Pensaba que los Beatles eran tontos con canciones como “I Want to Hold Your Hand” y “Love Me Do.” Era un skateboarder joven y yo y mi gente preferíamos hip hop, punk, heavy metal y ser destructivos. De todos maneras, me acuerdo de la experiencia pura que acompaño la canción de los Beatles como uno se acuerda de la pintura que colgaba en la cocina de la casa de cuando era niño.
Ese verano después del colegio el mundo me puso en libertad como un animal del zoo al aire libre. No me importaba mucho pero estaba siempre creando, nunca durmiendo, pocas veces trabajando. Estuve viviendo con un amigo y entonces empecé a inspeccionar su depto mientras él trabajaba. Encontré muchas cosas en lugares extranos: muchos tenedores bajo su cama, la cabeza de David Bowie en su estante para libros, un farol en la cocina, y una pila de fotos de enanos en el cajon en el baño. Había una gran pila de CDs en alguna esquina del depto y decidí ir a buscar la pila. Encontré un disco de los Beatles y la primer canción que oi no fue “Love Me Do,” fue “Dear Prudence.” Cuando el bajo entró en la canción, casi tuve un infarto pero sonreí por la canción y por mi muerte posible. Nunca había escuchado una canción como esa. Pero en realidad debería decir que nunca había escuchado una canción que me hiciera sentir de esa manera. Me hizo sentir libre, y ese es el modo en que se deberia sentir. La canción me invitó a salir afuera y estar al aire libre. Fue el mismo tema que se reflejaba en mi vida ese verano. Siempre quería escuchar esa canción. La escuchaba en todos lados: afuera, en la ventana, bajo mi cama, en el coche, sobre la mesa, y en el bano. Y cuando no escuchaba el disco, tocaba la canción en mi cabeza. Me dije, necesito más de esta música. Y entonces, compré el White Album y decidí que los Beatles no serían tontos nunca más.
Ese verano después del colegio el mundo me puso en libertad como un animal del zoo al aire libre. No me importaba mucho pero estaba siempre creando, nunca durmiendo, pocas veces trabajando. Estuve viviendo con un amigo y entonces empecé a inspeccionar su depto mientras él trabajaba. Encontré muchas cosas en lugares extranos: muchos tenedores bajo su cama, la cabeza de David Bowie en su estante para libros, un farol en la cocina, y una pila de fotos de enanos en el cajon en el baño. Había una gran pila de CDs en alguna esquina del depto y decidí ir a buscar la pila. Encontré un disco de los Beatles y la primer canción que oi no fue “Love Me Do,” fue “Dear Prudence.” Cuando el bajo entró en la canción, casi tuve un infarto pero sonreí por la canción y por mi muerte posible. Nunca había escuchado una canción como esa. Pero en realidad debería decir que nunca había escuchado una canción que me hiciera sentir de esa manera. Me hizo sentir libre, y ese es el modo en que se deberia sentir. La canción me invitó a salir afuera y estar al aire libre. Fue el mismo tema que se reflejaba en mi vida ese verano. Siempre quería escuchar esa canción. La escuchaba en todos lados: afuera, en la ventana, bajo mi cama, en el coche, sobre la mesa, y en el bano. Y cuando no escuchaba el disco, tocaba la canción en mi cabeza. Me dije, necesito más de esta música. Y entonces, compré el White Album y decidí que los Beatles no serían tontos nunca más.

No hay comentarios:
Publicar un comentario