lunes, 1 de agosto de 2011

Museo de Bellas Artes de Buenos Aires por Lindsay Waterman

Hoy fui al Museo de Bellas Artes, para asistir a una visita guiada de pintura francesa. He ido al Museo a pie.  Pensaba que llegaba tarde, la visita debía empezar a las 17:00. Pero como es normal en Bs As empezó un poco más tarde, y tuve suficiente tiempo para hablar con un chico que llevaba una bolsa sobre la cual estaba escrito “Université de Montreal.” El chico era Colombiano, pero vivía en Montreal, y había venido a Buenos Aires para ver a unos amigos. Aunque él hablaba Francés y Español, y yo hablaba  ambos idiomas, seguió hablando en inglés de un modo bastante molesto.
Por suerte, la visita empezó. El guía se llamaba Alejandro y tenía un gran entusiasmo por el tema. Él se ajustaba la solapa de su saco cada 30 segundos. La visita comenzó con un grupo de 3 personas, incluido yo y dos porteños cristianos ( me di cuenta por las cruces que llevaban colgadas). Si hubieramos tenido un guía normal, el grupo habría seguido así. Sin embargo, después de un rato, el carisma de Alejandro había atrapado diez o veinte otras personas.
Alejandro elegió abordar el tema de la pintura francesa del Siglo XIX y XX  hablando de las distintas escuelas de pintura. Hablaba de cómo la evolución de la luz definió la evolución de la pintura francesa. Al principio del siglo XIX, la luz era una cosa sin mucha importancia, por eso las pinturas de aquella época son generalmente más oscuras que las más contemporáneas. Tratan de representar un tema visual en el modo más parecido a la realidad. Pero con la llegada del impresionismo hacia el final del siglo XIX, la luz misma se vuelve una meta de la pintura francesa; y representar la realidad deja de tener la misma importancia que antes.

Luego de la visita, todavia tenia ganas ver mas obras así que me quedé allá durante un rato. Para mí, ver tales obras del arte es sentir la nostalgia. En parte porque cuando era niño fui con mis padres a París, donde está el Musée D’Orsay. En el mencionado Museo, vi por primera vez la obra de los impresionistas Degas, Gaugin, y Lautrec, y de los Surrealistas Redon, Knopff, y Deville. Ver cuadros impresionistas en el Museo de Bellas Artes acá, en Buenos Aires, me hizo pensar, o mejor dicho, sentir, las vacaciones familiares del ’98. Toda europa era nueva para mí. Yo llevaba la vida feliz y libre de un niño que ahora recuerdo con colores de la misma intensidad de un cuadro de Van Gogh.  Pero los cuadros me hicieron sentir tambien una nostalgia por un tiempo que no viví, y por lugares que no conozco. Tuve un sentimiento parecido al que tuve con los libros de Sebalt: el sentimiento meláncolico que llega cuando uno percibe una belleza que ha desaparecido. Sea una belleza de costumbres, como vemos en los peines de carey, sea una belleza de percepción, como vemos en los cuadras de Degas, o una belleza de relaciones entre miembros de una equipo de Pescadores, como vemos en el cuadro “la Retour de Pecheurs.”
Imagino que esta nostalgia por un tiempo alejado y espacio europeo es prototipíco de Argentina. Y es probable que no fuera el único que haya sentido tales sentimientos ayer en el museo.

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